Tierra de los Muertos.
Prólogo. Hasta este momento, no me había dado cuenta que el mundo de los espíritus, fuera un lugar peligroso. También hay personas, o más bien, fantasmas, que se pueden enojar. Corriendo por esta colina hacia la puerta, puedo sentir la ansiedad del susto. Don Armando me acompaña y para ser un viejo, es bastante ágil, digo, ¡mírenlo correr! Su delgada figura apenas hace sombra mientras sus largas zancadas lo llevan con velocidad, su bufanda ondula con el paso y sus dientes resplandecen con el mínimo fulgor; aunque el color de sus huesos es pálido, se le ve lleno de vida. Ah si, mi abuelo es una calavera.