3 A.M.
- Colaboración: Francisco Javier Pulido.
"Muchas veces sólo podemos encontrar nuestro camino hasta que nos hayamos perdido totalmente."
Para Elizabeth, gracias por ayudar a reencontrarme y darme fuerzas para continuar avanzando...
3 A.M.
Súbitamente despierto, escucho las manecillas
de mi reloj.
Son las 2:45 A.M. y con un sobresalto me separo
de ella. A regañadientes escapo de ese delicioso sueño que tenia mientras
permanecía pegado a su tibio cuerpo. Cada fibra de mi ser detesta este momento,
pero sé lo que viene después.
-Ya es hora de irnos.- Me dice -Debí estar en
casa hace horas, te dije que no volviera a pasar.- Prefiero no decir nada, no
hay nada que decir. La magia llega a su fin como cada noche que me encuentro
con ella, sólo soy algo pasajero que ha durado demasiado… nada más.
Sin decir más nos ponemos nuestras ropas, de
reojo la veo, una chica de belleza común, un cuerpo promedio, en el campus se
pierde entre cien a los ojos del mundo; pero para mí es especial, única. Y aún
no me explico por qué; pero no me debo permitir volver a pensar en ello, sólo
me daña y me aleja más de ella… si se puede pensar en algo más lejos y a la vez
cerca de una persona que no debes amar.
Terminamos de vestirnos casi al mismo tiempo,
son tantos meses ya que tenemos esa rutina que ya se ha convertido en una
silenciosa coreografía de la despedida, pero aún así, cada vez me duele más.
Dejamos la habitación y subimos al carro, una
sonrisa y un pequeño beso son todo el epilogo de una tarde intensa donde nos
convertimos en las personas que deseamos ser pero el mundo no nos los permite.
Donde podemos confesar nuestro amor dentro de las fronteras de una cama... Dios
cómo la amo… Por unas horas me entrego a la fantasía de pertenecer a alguien.
Pero el reloj ya toca a la hora límite: 3 de la mañana. Hora en que se terminan
las fantasías.
Manejo hasta donde dejamos su automóvil y la
acompaño hasta su puerta. -Gracias por todo, fue maravilloso, te amo…- Después
de tanto tiempo la respuesta se escapa de mis labios como autómata, pero sé que
irá a estrellarse contra un muro y romperse en mil pedazos. Su bella sonrisa es
su respuesta.
Esa indiferencia bien premeditada me mata, pero
sé que es por nuestro propio bien, sabía las reglas del juego desde el
principio, sin compromisos, sin ataduras, sin amor. Yo rompí el pacto. Ahora es
tarde para volver atrás, sólo espero el día en que el reloj marque por última
vez las 3 A.M.
La veo alejarse y permanezco aún de pie en el
espacio donde estuvo su automóvil, me siento un entupido, yo inicie este juego
y ella resulto mejor jugadora que yo. El parque esta desierto, un viento frío
mueve las copas de los arboles anunciando el final del invierno, miro al cielo
y la fluorescencia de la ciudad torna el cielo cubierto de nubes en un tono morado
grisáceo que acrecienta el toque melancólico de aquel momento.
Me doy vuelta y dirijo mis pasos hacia mi
automóvil, busco la llave en el bolsillo de mi abrigo, pero mi mano se aparta
de ellas volviéndolas a dejar caer al fondo. Me quedo mirando mi reflejo en la
ventanilla del auto. Un sujeto de mediana edad me mira tristemente desde ese
reflejo, como deseando gritar un pedido de auxilio en la mudez de su semblante.
Giro sobre mis talones y me adentro en la
oscuridad del parque. Aunque en esos momentos mis pensamientos son más oscuros
que la negrura que me rodea… mi reloj marca las 3:10 A.M.
Todavía no me explico que mueve mis pasos, es
una especie de ansiedad por escapar de mi mismo, camino rápido pero no puedo
dejar atrás mis sensaciones; continúan pegadas a mí como una costra pesada que
se niega a dejarme ir. Más aún, la siento crecer con cada paso, volviéndose más
y más pesada.
Pero qué demonios pasa conmigo… ¿Es acaso esto
el amor? ¿Creías que las cosas eran como en las cursis películas que veían
juntos? Pues no es así mi amigo, hay muchas personas que viven sin amor ¿Por
qué no lo aceptas?.. Pero tienes muchas cosas porque sentirte bien, bueno eso
creo.... Pero entonces, ¿Por qué te sientes tan vacío?
Un ruido me saca de mis deprimentes pensamientos,
hasta ahora no me había percatado de lo oscuro que estaba ahí. En el día esto
estaría lleno de niños jugando, tipos haciendo que sus perros salten por los frisbis que les arrojan, y claro las
parejas besándose, creando pactos de amor… demonios aquí vas de nuevo. ¿No
puedes ligar dos ideas sin asociarlas con ella?... ¡Se hombre, por favor!
El ruido de nuevo me hace volver a la realidad,
no distingo nada pero sé que algo o alguien está ahí, y sé que me mira, mis
ojos no se acostumbran a la oscuridad; me acerco a la protección de un árbol
para por lo menos cuidar mi espalda. El ruido vuelve, ahora puedo distinguir
una pequeña y fugas sombra. El instinto me diría que me alejara de ahí, pero
hace mucho que el instinto dejo de aconsejarme por mi repetida necedad de
desobedecerlo.
Sigo a la sombra hasta el pie de un bote de
basura donde una débil y solitaria farola da una luz mortecina que a mi parecer
resulta peor que la oscuridad en sí. Ahí encuentro un pequeño cachorro, no
tendría más de un par de meses de nacido pero ya la vida le había pasado una
factura considerable, su pequeño cuerpo con plastas de pintura seca y un
alambre enredado en el cuello me hizo ver que había seres más desdichados que
yo.
Con cuidado y tratando de no asustarlo aún más,
logro cogerlo y quitarle el alambre. Está temblando y su pequeño corazón golpea
con fuerza queriendo escaparse de su pecho. Me mira con ojos de incertidumbre
no sabe que le espera y no lo culpo, no creo que el pobre cachorro haya
conocido alguna vez la felicidad, me levanto y acurrucándolo en uno de mis
brazos continuo atravesando el parque… Miro mi reloj son las 3:25 A.M.
Llego hasta un cruce dentro del parque, el
viento se arrecia y subo las solapas de mi abrigo saco mis guantes y me los
pongo. En eso una voz ceniza me llama -Hey amigo…- Volteo y tres hombres se
encuentran acurrucados unos contra los otros en un refugio de cartón. No sé por
qué, pero esa noche no siento miedo, ni siquiera recelo, siento que todo el
mundo, al igual que yo, está en la búsqueda de sí mismo en un mundo de mierda.
-Que pasa amigos, ¿cómo están?- les respondo. -Pues
ya vez güero, aquí con muncho frió. Nos devolvieron del otro
lado y no hemos comido en días, ¿no tienes algo que te sobre?- Desde chico mi
padre me enseño que no mirara a la gente que te pide intentando ver si tienen o
no necesidad, sólo que diera cuando pudiera pensando que eso era también ganar
el favor de Dios, más que de la gente… vaya Dios, que concepto, hacía
demasiados años que había abandonado las iglesias y grupos de jóvenes donde
participaba, para caer en la apatía ateísta en la que me encontraba, pero aún
las enseñanzas de los viejos permanecían en mi. -Oye güero ¿me oyes?- el reclamo me vuelve a la realidad.
Me acerqué a ellos y sin pensarlo me senté a su
lado -Déjame ver, mira por lo pronto aquí tienen este par de chocolates para
que entren en calor.- Ella me había rechazado secamente esos chocolates, ya que
su rigurosa dieta dio al traste con mi dulce intento de sorprenderla… Mientras
les daba los chocolates busqué en mi pantalón y saqué algunas monedas.
-Que tal, ¿y de donde son?- Los hombres se
quedaron por un momento recelosos. Acostumbrados como dicta las reglas de este
mundo, cualquier persona que se aprecie de serlo en nuestra sociedad sabe que
los individuos como ellos sólo se les despide con una negativa o unas monedas,
pero nunca se les habla como si fueran personas, quién sabe creo que la noche
me atrofió un poco más de la cuenta mi cerebro.
-Venemos
de Michoacán, íbanos ‘pal otro lado
pero nos devolvió la migra. Hace tres
días que no comemos.- Dios, pensé yo, cuando se me pasa la hora de comer ya ando
rabiando, ¿cómo demonios puedo imaginar lo que no es comer en 3 días? -No pues,
esta difícil mi amigo, y ahora ¿cuál es el plan?-
Pausa para degustar un bocado de chocolate a
sus anchas. -No güero, pues volverle
a intentar; allá ya no queda nada, solo morirse de hambre, así que pues a
agarrar el tren mañana y ‘pos Dios dirá.- Si, de seguro Dios debe tener mucho
que decir, pienso mientras se me escapa una sonrisa de desdén. Hace mucho que
no sonrío de vedad, se me acabaron los motivos.
-¿Y la familia?- Pregunto. -‘Pos allá se
quedaron, aguantando con lo que puedan cosechar de la milpa, viviendo de maíz y
verdolagas.- Contesta riéndose con amargura. -Ya no queda más, el gobierno no
ayuda, no da medecinas, no da ayuda
para el campo, ya no queda más que chingarle
‘pal otro lado.-
“El otro lado.” Hace ocho años viví esa
experiencia, bueno el de estar allá trabajando en una empresa formal, vistiendo
traje y estando en peldaños más arriba de la cadena alimenticia de lo que ellos
aspiran, y aun así sentí odio, sentí rechazo y discriminación, por parte de los
hoy americanos, que paradójicamente, sus ancestros llegaron como inmigrantes a
despojar de sus tierras a los verdaderos americanos.
Pero qué demonios le interesa la discriminación
a una persona que muere literalmente de hambre, a un hombre que desde que nació
no ha sentido más que discriminación, por ser indígena, por ser pobre, por ser
campesino… Por qué nació sin cultura. ¡Ja! Como si esos pedantes que miran
hacia abajo a todas esas personas pudieran realmente tener la cultura que
proclaman tener para rechazar a los que son distintos a ellos.
-Pues mi amigo espero que todo le salga bien,
debo seguir mi camino.- Me paro y doy unos pasos, pero mi mano busca mi cartera
y saco un billete de $200, doy media vuelta y se lo entrego. -Necesitaran
fuerzas para corretear el tren mañana, héchense
un buen desayuno.-
El hombre ve el billete y casi me lo arrebata
con manos temblorosas, sus ojos ahuecados en un rostro avejentado
prematuramente muestran un indicio de humedad. -Gracias güero que Dios lo bendiga y que la virgencita le de mucho más.-
Dios, "Dios", ¡ja! Más que un sentimiento cálido, siento el frío y la repugnancia
del asco por nuestra sociedad, donde yo puedo despilfarrar $200 pesos en
tonterías cuando estas personas es difícil que vean junta esa cantidad y aun
así sonrío aceptando sus gracias y sus bendiciones… La vida es un asco.
Les doy una mueca más que una sonrisa y me
despido con la mano, tomo al cachorro olvidado y sigo mi camino… En mi reloj
son las 3:42 A.M.
Camino un poco más y salgo por fin del parque;
a lo lejos oigo el sonido de una patrulla o de una ambulancia, no lo sé, sigo
andando, el pequeño polizón se ha acostumbrado a mi brazo y veo que duerme,
este cachorro nunca ha tenido nada, así que esta aparente seguridad de mi brazo
es suficiente para él, y se entrega sin temor al descanso.
Cruzo la calle y siento unas leves gotas frías
de llovizna. Llego a la otra acera y camino pegado a los ventanales de tiendas
cerradas, algunas sólo por la noche y algunas más definitivamente por otras
razones.
El trabajo ha escaseado, las deudas aumentado,
pero es una situación global, todos estamos igual... ¡Estúpido consuelo! Pero
la realidad es que me ha ido de mal en peor, aunque todavía me puedo dar
ciertos lujos, si evito algún pago aquí y allá, si estiro mis deudas hasta la
primera o segunda notificación.
Y así mientras camino entre las calles llenas
de letreros de “se renta” donde estaban pequeños comerciantes y de escaparates
iluminados de los grandes negocios, llego hasta una banca y me siento en ella,
no tengo prisa, ni tampoco destino así que estoy a tiempo y en curso… son las
3:47 A.M.
Me siento un momento en una banca disfrutando
del frío y la leve llovizna que me reconforta, mientras acaricio al pequeño que
sigue dormido. Al poco tiempo llega detrás mío unos pasos y murmullo de lo que
con unos grados menos de alcohol sonaría como una canción.
Se sienta a mi lado un hombre de unos 60 años,
su ropa gastada está impregnada de un olor a tabaco y licor rancio, aún así,
puede verse que en otro tiempo fue un personaje con cierta distinción.
-Mi augusto caballero.- Me dice haciendo una reverencia.
-¿Puedo acompañarlo en esta banca?- Yo le respondo sin poder reprimir una
sonrisa por el contraste entre su aspecto y las rimbombantes palabras. -Claro,
sea bienvenido.-
Con estudiados movimientos para que el alcohol
no provoque alguna caída antes de llegar a la banca se aproxima hasta que puede
dejarse caer a mi lado con una sonrisa de satisfacción por haber completado la
proeza con éxito. Se meza su amarillenta barba mal cortada y con los mismos
ademanes pomposos de su saludo, se presenta ante mi. -Mucho gusto mi joven
amigo, Adolfo López Gutiérrez, maestro jubilado y cronista de la ciudad por
vocación aunque no por remuneración.- Y suelta una pequeña risa seguida de una
tos que denota sus muchos años de adicción al tabaco. Cuando para de toser me
presento también aunque sin tanta ceremonia pero divertido con el personaje que
tengo a mi lado.
Me hace algunas preguntas de a que me dedico y
si soy originario de aquí, después de responder, me da una palmada en el
hombro y sonríe. -Bueno mi querido caballero, creo que esta es una buena razón
para decir salud.- Y al tiempo que su cascada risa se oye su mano saca debajo de su abrigo una
bolsita de papel que contiene el aguardiente más barato que se puede conseguir,
me ofrece pero de inmediato rechazo diciendo q no bebo. -Ah muy bien muchacho
así debe ser, nosotros los viejos pues ya no importa tanto, pero ustedes los
jóvenes deben andar por el buen camino, jajaja.- Da un largo trago a su botella
y la vuelve a guardar. Con un suspiro profundo y melancólico se queda mirando a
la profundidad de sus recuerdos.
-Sabes muchacho, yo era así como tú, a tu edad
yo era altivo, orgulloso, independiente, me quería comer el mundo en dos
bocados.- Siguió un suspiro más largo aún. -Siempre quise ser maestro, me dediqué
en cuerpo y alma por 30 años a eso, además de participar en círculos literarios
y en todos los eventos culturales que podía.- Dio un largo suspiro mirando al
cielo recordando mejores días.
Pero eso duro solo un instante, y agachando la
cabeza continuó con voz quebrada. -Pero llegó ese día en que me dijeron que debía
jubilarme, que ya no servía para dar clases, que mis conocimientos ya no los
podía esparcir en tantas generaciones de jóvenes que lo necesitaban; así que en
una ceremonia me entregaron mi diploma y mi medalla, ahí se acabo todo.- Sus
palabras cada vez sonaban más amargas, escupían tristeza y soledad, la mirada
en el horizonte había bajado hacia sus manos callosas que se apretujaban
nerviosamente. -Sabes hijo, cuando llegas a viejo ya no eres nada, de un día
para otro eres inservible, ya no sabes nada, y el sueldito que tenias te lo
recortan hasta una burla con la que no te alcanza ni para comer.- La amargura
iba en aumento, mi sonrisa había desaparecido y me obligaba a mirar hacia el frente,
aunque involuntariamente de reojo hacia contacto visual mientras continuaba
acariciando nerviosamente al cachorrito tratando de alguna forma aminorar el
dolor y angustia que venían de sus palabras.
Después de otro largo trago a su botella
continuó. -Te quitan todo muchacho, no sólo el dinero, también la dignidad.- Sus
palabras temblaban en su garganta en un leve llanto ahogado. -¿Que puedes hacer
si la vida cuesta más de lo que ganas? Lo bueno es que mi esposa…- Un temblor
súbito lo estremeció y vi como las lágrimas empezaban a brotar.
-Hay mijo, ¡no quiero llorar!- Dijo el viejo
maestro meneando la cabeza y con un remedo de risa. Continuó después de
serenarse unos segundos pero su voz ahora era una lucha entre coraje reprimido
y amarga tristeza que salía de su pecho -Mi esposa la perdí, el pobre no se
puede enfermar, las medicinas son para los ricos, pero aun así seguí adelante
muchacho, hasta que poco a poco perdí todo.-
Hubo una larga pausa junto a un largo trago. -Sí,
lo perdí todo, ¿sabes cuándo muchacho? El día en que estaba justo aquí en estas
bancas llenas de gente, y yo tenía toda la mañana viendo pasar a las personas,
luchando entre mi dignidad y mi hambre, hasta que no pude más y por primera vez
extendí mi mano y dije esas malditas palabras… ¿No me ayuda por caridad?-
Un súbito sollozo atrapo al anciano y se doblo
sobre sí mismo como si el dolor que sentía se hubiera convertido en un tumor
que lo amenazaba partir en dos, pero eso fue cosa de momentos ya que se
incorporo con una sonrisa fingida enjugándose las lagrimas. Ya que los pobres
tampoco tienen mucho derecho a desahogarse, yo por mi parte sólo apreté mi
mandíbula y el pobre cachorrito fue despertado por una involuntaria sacudida de
mi parte.
-Pero bueno hijo, así es la vida, tu échale
ganas y no termines como yo, vive la vida como si este fuera tu ultimo día.- Mientras
decía esto me tomaba del hombro y me veía con fuego en sus ojos, con el fuego
de un hombre que había nacido para educar y hacía años que nadie ponía atención
en su persona, mucho menos en sus palabras.
Lentamente me soltó y sonriendo se levanto,
tomó una de mis manos con las dos suyas y me apretó en un firme saludo de
despedida. -Joven amigo, no le tema al futuro, no te veas en este espejo, cada
quien forja su destino, así que no desfallezca y luche cada día.- diciendo esto
dio media vuelta y camino con pasos inciertos por el licor, tarareando su vieja
canción.
Me quede ahí meditando, hasta que sus pasos y
su canción se perdieran en la oscuridad. Son las 4:07 A.M., es hora de volver a
seguir mi camino.
Salgo del viejo centro de la ciudad aturdido
por la historia del viejo, eso me pone a pensar en lo estúpidamente que se nos
va la vida, como de jóvenes vivimos en ese mundo perfecto y nadie se preocupa
por decirnos del maldito monstro que nos espera afuera y que es la vida misma.
Que dignidad se puede encontrar en crecer para
llegar a eso, solo y abandonado como perro. ¡Pero y los hijos te cuidarán!
Dirían muchos… ¡Ja! La sola idea me llena la boca de un asqueroso sabor agrio y
amargo que me obliga a escupir. Todos anteponemos los intereses de esta
estúpida vida llena de colores banales y consumismo, donde el cuidar de tu
marchito padre no encaja.
Todos terminan en un asilo o lo que es peor mal
cuidados por los hijos que sólo esperan los míseros pesos que podrá dejar el
vejete. Un escalofrío me recorre la espina pensando que ese podría ser mi
final, como el de muchos. Ese silencioso cataclismo personal que nos llegará
implacable. Jajaja, para que esperar el maldito apocalipsis, si el final de ser
un anciano decrepito suplicante de cuidados es más aterrador.
Deambulando con esos lúgubres pensamientos mis
pasos me llevan a otro lado de la ciudad un poco más cuidado, con tiendas de
departamentos y pequeñas plazas comerciales muy cuidadas. Pero aún a esa hora,
todo está solo y vacío como la mirada de un muerto.
En este mar de soledad aparece un oasis de luz
al final de la calle, una de esas franquicias de restaurantes abiertos las 24
de horas. La verdad nunca me ha gustado. Siempre llenos de gente haciendo
negocios y planes maravillosos que los sacarán de pobres. Así como esas
pláticas del “cafecito” donde se juega a inflarse como pavorreales para ver
quién tiene la vida más genial.
Dios, la verdad sí que estoy harto y ni
siquiera sé de qué; pero de lo que sí estoy seguro es que no quiero pasar por
enfrente de ese local con sus puertas de vidrio y sus libros de superación
personal al frente de la caja.
Mis pasos giran rodeándolo para seguir por la
parte posterior del local. Ahí con el hedor del contenedor de basura me topo
con una pequeñita mesera descansando sus adoloridos pies mientras saca un
paquete de cigarrillos de su delantal. Me mira mientras estoy ahí parado con su
cara de hartazgo, pero su cansancio puede más. Con un movimiento de muñeca hace
que los cigarrillos aparezcan de la caja y me ofrece uno.
Bien, qué demonios, hacia años había dejado de
fumar pero creo que esta noche se me permite. Lo tomo y me pasa el encendedor.
Al encenderlo inmediatamente el humo acre pasa a mis pulmones a través de mi
boca ocultando el sentido de la basura del contenedor. Es un sabor amargo, al
igual que el sabor de esta noche.
-Gracias.- Le digo pasándole el encendedor.
-¿Trabajas aquí?- Justo antes de terminar la frase veo lo estúpido de mi
pregunta, a las 4 de la madrugada ¿que iba a estar haciendo aquí?, además de su uniforme tan
obvio.
Creo que no sólo lo pensé, mi cara también lo
denotó por que al menos saque una media sonrisa sarcástica de su cansada cara. Con
bufido que iba entre risa y un silencioso “pendejo” se puso el cigarrillo en la
boca y lo encendió.
Vi como disfrutaba aquella bocanada de humo y
con la exhalación me responde. -Así es, aquí trabajo en el maravilloso turno
nocturno.- Y con una acerada mirada me ve de arriba abajo -Pero el servicio es
por enfrente.- Diciéndolo mientras clavaba su mirada en mí para dejar
totalmente claro que no iba a tolerar ningún tipo de insinuación.
Me sentí entre divertido y molesto ya que
entendí perfectamente la indirecta, pero retomé mi compostura y estoicamente le
di una nueva calada a mi cigarrillo tomándome todo el tiempo para contestar. -No
tengo hambre, sólo voy de paso.- Con su mirada totalmente cansada, fue obvio
que no deseaba seguir con la discusión. Así que poco a poco bajo la mirada
hasta que notó al pequeñín que sostenía.
-¿Es tuyo?- Me preguntó, dentro de otra
exhalación de humo. -No.- Le respondí. -Bueno eso creo, lo encontré amarrado
con un alambre, creo que lo dejaron en el parque a que muriera.-
Por primera vez pude ver en el rostro de la
mujer un dejo de calor humano. -Pobrecito.- Exclamó. -Se ve que la ha pasado
mal, ¿le pondrás nombre?- Su transformación, aunque lenta, se hizo evidente al
dejar que la empatía con la pequeña criatura aflorara en ella, la calidez de su
humanidad.
Observándola, en ese momento, pude ver a una
mujer joven morena bajita que quizá en otro contexto podría haber sido
atractiva. Pero ahí estaba sentada en el escalón de la salida de emergencia del
restaurante en esa fría madrugada descansando de su máscara usada para atender
a sus clientes que la hacen ir y venir a su antojo, y al pagar un mugroso café
ya se sienten con el derecho de que sea su esclava personal, ya sea para que se
ría de sus ocurrencias estúpidas o que la crucifiquen porque su pedido no
cumple sus caprichosos deseos. Ahí pueden ser los tiranos, pero al dejar la
propina de esa pobre gente trabajadora que se parte el alma mientras los demás
descansan, ahí precisamente se vuelven sombras y desaparecen dejando unas
míseras monedas, si bien va.
Otra vez mi mente divaga y sólo me recupero al
ver que la mirada de ella se empieza a endurecer de nuevo cuando nota mi
tardanza en responder por estarla mirando fijamente. Rápidamente salgo del
trance y respondo sonriendo levemente. -No sé, yo creo que sí, no había pensado
en eso, quizá le ponga “Manchas”.- Digo esto riendo mientras acaricio el pelaje
manchado de pintura.
-No, ¡qué va!- Me reclama ella con el
cigarrillo en la boca y se levanta avanzando a mí y en sus manos toma al
cachorro y lo mira levantándolo para que le dé la luz de la puerta trasera.
-Las manchas se le van a caer, si está bonito,
ponle algo que le vaya mejor.- Se ríe y me lo devuelve. Por primera vez veo una
autentica sonrisa en ese rostro cansado y no puedo hacer otra cosa que sonreír
con ella. Nos quedamos un momento sonriendo y al momento regresa, aunque no con
tanto ímpetu, a poner su barrea.
-Hemmm, bueno y ¿qué haces tan noche por acá?-
Me pregunta. -Nada, sólo voy a casa. Es que se descompuso mi auto.- Miento. -Y
pues la verdad, si te acepté el cigarrillo porque me hacía falta una
descansadita.- Río un poco y ella me devuelve la sonrisa.
-Y dime.- Le pregunto. -¿Cómo va el trabajo?- Haciendo
una mueca y torciendo los ojos hacia arriba me responde. -¡Mmm, pues muy
cansado! pero no hay de otra hay que mantener a la familia.-
-¿Eres casada?- Pregunto. Dando una calada a su
cigarrillo, niega con la cabeza y contesta en la exhalación. -No, soy madre
soltera, tengo dos niños de padres diferentes.- Luego, dando otra segunda
calada, medita un poco antes de soltar el humo. -Si estuviera casada y el méndigo
me hiciera trabajar ahorita para mantenerlos, yo lo dejaría al muy cabrón.- Y soltando
una fuerte risa por su ocurrencia da una palmada en su pierna.
Me río junto con ella y doy otra calada al
cigarrillo dándole tiempo por si desea continuar. La táctica funciona y
prosigue. -Tengo un niño de 2 años y una niña de 8, aquí trabajo hasta las
seis, así que me voy corriendo a hacer desayuno y llevar a la grandecita a la
escuela.-
Me quedo sorprendido y cansado sólo de pensar
en una vida haciendo eso todos los días. -¿Y quién te los cuida ahorita?- Le
pregunto pensando en un par de niños solos a estas horas. -Me los cuida mi mamá,
vivo con ella y mis niños.-
-¿Sólo ustedes?- La interrogo esperando que no
se moleste. -Sí, nomás nosotras, yo no conocí a mi papá.- Tristemente veo como
casi siempre un patrón que se repite, y el preguntar por los motivos de tales
abandonos sólo traería a la conversación los reiterados abusos, maltratos y
vejaciones de los hombres para las
mujeres que los siento tan gastados que ya se convierten en patéticos clichés.
-Órale, debe ser muy pesado para ti.- Alcanzo a
decir cayendo sin querer en lo más obvio de responder. -Pss, ni tanto, ya te
acostumbras, luego mi mama me ayuda, y pues ya que llevo a la niña y me acuesto
a dormir para despertarme a comer, ya me pongo a alzar y a recibir a la niña,
lavarle el uniforme y si se necesita comprar lo que se necesite.-
Me dio vueltas la cabeza sólo en pensar en todo
eso, y hacerlo todos los malditos días sólo imaginarme en sus zapatos, no, para
nada podría. Y aún así la veo contándomelo como si eso no fuera nada, me
imagine a Superman contando su día
donde salva al mundo no sé cuántas veces.
-Pues a mí si se me haría muy pesado, pero no
soy mamá ¿verdad?- Al decirlo suelto una carcajada en la que ella me acompaña. -Sí,
los hombres son muy cobardes.- Me lo dice mientras continua riendo. No me queda
más que asentir y seguir riendo un poco más.
Puedo imaginar a esa pequeñita y morena mesera
caminando por las polvorientas calles de las colonias más alejadas de la ciudad
con sus bebes de la mano cargando bultos y bolsas de súper bajo el fuerte sol,
sabiendo que así, pequeñita, es el sostén de su familia y no se puede permitir
el flaquear.
De cómo esas pequeñas manitas calientes y
sudorosas que aferra para que no se alejen de su lado; le recuerdan el por qué
cada noche se rompe el alma. Siento oleadas de tristeza y admiración al mismo
tiempo. Pero sé que sonaría estúpido decirle cualquier cosa como esa. Más la
miro un instante sonriendo y ella me mira a la vez ya desprovista de cansancio
y máscaras al recordarle a las personitas por las cuales hace todos los
sacrificios.
En mi mirada trato de enviarle todos esos
sentimientos de respeto y admiración, no sé si pueda llegar a sentirlo pero por
un pequeño brillo en sus ojos quizá si pudiera ser. La veo levantarse y
aplastar la colilla con su zapato, se alisa el uniforme y se yergue frente a
mí, y sin saber por qué, la veo más alta, mas resplandeciente, más fuerte.
-Bueno, terminó mi descanso. Vete con cuidado
porque no es tan seguro como crees por aquí.- Me dice mientras sube los
escalones. -Sí, lo tendré en mente y mucha gracias por el cigarrillo.- Le
sonrío y ella me devuelve la sonrisa desde la puerta entre abierta, la veo como
desaparece tras ella y quedo ahí parado tratando de hacer cuentas mentales de
cómo puede caber tanta fuerza en un cuerpo tan pequeño.
Reemprendo mi marcha luchando con mis
sentimientos de amargura por el viejo maestro y la fortaleza de la pequeña
meserita que es el gigante de su hogar. Miro el reloj y ya son las 4:23 A.M.
Sigo recorriendo la ciudad, las antiguas calles
del centro dan paso a los iluminados y modernos bulevares. Esporádico, el tráfico
quita un poco la monotonía de mis pasos.
Me cruzo con algunas personas en mí andar, cada
una con su propio dilema, absorta generalmente en sus asuntos. Es difícil
encontrar alguien desconocido que se atreva a mirar a los ojos. Creo que hemos
vuelto a la sensación que tenían los aborígenes cuando se les quería tomar una
foto y creían que les robarían el alma. Evitamos cualquier contacto personal
por atesorar nuestra vana individualidad, que hoy con todas las conexiones
virtuales estamos más solos que nunca.
Paso por un par de puestos de comida, en alguno
de ellos se encuentra una pareja disfrutando de su compañía, haciendo de
cómplice a la noche, aprovechando su tiempo cuando sus sueños y su realidad aun
van de la mano. Sí, lo admito, el aguijón de la envidia juguetea en mi pecho.
De pronto el entorno se decora con los
fantasmales reflejos rojos, blancos y azules, creo que la noche no es tan calma
para algunos. Mi reloj marca 4:39 A.M.
Nunca me ha gustado descender mi velocidad
frente a un accidente, considero de una asquerosidad morbosa el hacer eso para
observar a un ser humano sufriendo, el circo de los 5 minutos donde alguien
puede estarse debatiendo entre la vida y la muerte… Y sin embargo, así nos
escandalizamos de las historiad del circo romano. Pero esta noche me siento un
observador de la vida misma, no tanto de la muerte, aunque son unas mellizas
que siempre encontraremos juntas a donde miremos.
Con estos pensamientos mis pies me arrojan a un
lado del accidente de un lindo auto de último modelo; se ha hecho pedazos
contra un poste, al otro lado una vieja camioneta cargada con verdura a
resistido mejor el impacto aunque aún así, una parte de su frente está
destrozada y su carga esparcida por la calle.
No se requiere ser un genio para ver lo que
pasó, entre el olor a gasolina se percibe el aroma de alcohol saliendo del
vehículo nuevo.
El rostro del conductor de la camioneta me dice
que aunque salió sano y salvo puede estar su vida jugándose en aquel momento.
Su camioneta y su carga se ven pérdidas, y ruego por que tenga una forma de
seguro. Sólo un raspón a un carro de lujo como con el que choco significaría su
ingreso de meses, por no decir de años. El eterno juego del poderoso con sus
abogados, contra el humilde que únicamente en sueños puede pagar un automóvil
que cuesta igual que una vivienda de clase media. La justicia tiene bolsillos
grandes, siempre lo he pensado.
El movimiento en el carro capta mi atención, el
joven conductor con un fuerte golpe en la cabeza es atendido en su asiento, un
socorrista le hace preguntas, quizá ni siquiera se ha enterado de lo que pasó
por su intoxicación. En cuanto lo haga, hará sus llamadas para que papá
bolsillo arregle todo.
Una mueca de asco por mi percepción anticipada
(aunque muy acertada en muchos de los casos) se transforma en una tristeza
decepcionante. Del otro lado llevan en una camilla el cuerpo sin vida de una
jovencita de facciones pulcras y extremadamente bellas. Es una lástima de
verdad. Pero bueno, cualquier muerte debería representar una lástima, pero como
todo ser humano que vive bajo las reglas de esta sociedad consumista, sentimos
más pena cuando una princesa de sociedad nos deja por un accidente de excesos en
una noche de fiesta desenfrenada.
Una jovencita, quizá aún de menor edad que la
víctima, la cubre con una manta blanca, metida en su uniforme de la cruz roja
ve a esa joven, que sin menospreciarla, es lo contrario en aspecto de la
víctima que acaba de cubrir. Aún así, y pese a su pubescencia, refleja fuerza y
determinación. Podría, como tantos jóvenes dedicar la noche a diversión y
parrandas, pero escogió un camino de servicio y sacrificio.
Mientras pienso esto, la socorrista corre a
ayudar a su compañero con el conductor lesionado, movimientos seguros y
eficaces reaniman al chico, y veo la felicidad de poder salvar una vida en su
rostro. Dios mío, ¿qué puede competir contra algo así?… “¿Hey, que hiciste
hoy?... Nada, sólo salve una vida.”
Cómo dije, nunca he sido de pararme a ver
accidentes y realmente eso fue mucho para mí, pero creo que esta noche en la
ciudad me ha estado obsequiando de sus enseñanzas, sigo caminando mientras el
frío se recrudece, y una ligera llovizna baña mis pensamientos.
Miro de nuevo mi reloj, solo 4 minutos para las
5:00 A.M.
Dejo la agitación de las grandes vías y camino
por partes de la ciudad que no acostumbro, una pequeña agitación por estar en
lugares desconocidos me ataca, pero estoy decidido a seguir andando hasta que la
noche y mis pies me lo permitan.
La ciudad empieza poco a poco a mostrar otra
cara. Casas abandonadas, pintas en las paredes. Hogares donde la gente descansa
y se prepara para otro día de trabajo. Me cuesta caminar empiezo a subir una
cuesta hasta que llego a un pequeño parque y decido descansar mis pies;
realmente ha sido una buena caminata.
Me siento en una banca y admiro la vista, en
aquella parte alta se puede ver las luces de la ciudad, la negra silueta de los
grandes edificios enmarca el paisaje. La llovizna golpea mi rostro y aspiro con
gusto el aire frío que llena mis pulmones. Me siento… quizás no feliz, pero me
siento vivo y agradecido por ello. La ciudad, en su manera, es sabia y me ha
mostrado que la vida es más que esa carrera mundana y superficial a la que nos
aferramos para buscar una frágil felicidad.
Mis pensamientos se rompen. Oculta entre las
sobras una chica con sus pequeños sollozos me hace volver a la realidad.
-Hola, ¿Estás bien?- Únicamente unos sollozos
más son su única respuesta, me siento confundido, no sé cómo proceder, o si
debo meterme en realidad, tampoco quiero asustarla, pero lo intento de nuevo. -Disculpa,
en serio, ¿estás bien, puedo ayudarte?- Desde el oscuro rincón siento su
respiración que lucha por contener los sollozos para su escueta respuesta. -Sí,
estoy bien.-
Sé por mi propia forma de ser, que si estuviera
en su situación sólo quisiera que me dejaran en paz, pero no todos somos unos
totales antisociales como yo, así que suspiro y me giro completamente hacia el
espacio oscuro donde la chica se oculta e insisto. -Mira, no quiero molestarte,
ni quiero que pienses que te haré daño, sólo charlemos y cuéntame que te pasa,
quizá pueda ayudarte.- Y mientras digo esto, trato de poner una sonrisa, aunque
con mis habilidades sociales de seguro más parecería una mala imitación de
alguno de los muñecos de Plaza Sésamo.
-¿Y por qué habrías de ayudarme?, ni siquiera
nos conocemos.- La vocecita sonó con una mezcla de dolor y resentimiento por la
vida. -Bueno, tienes razón.- Tartamudeé -Pero creo que todos debemos de poder
tenderle la mano a quien lo necesita, ¿No crees?- No respondió pero los
sollozos disminuyeron, quizá pensaba en lo que le había dicho.
-Y bueno, ¿vives por acá?- Insistí. -Sí, vivo
cerca de aquí.- Dijo al fin. Mientras poco a poco aparecía dentro del área
iluminada por las farolas. Era una joven de aspecto humilde, con grandes ojos
café y una larga cabellera lacia. Tendría una cara agradable, quizás hasta
bastante linda, pero contorsionada aún por el llanto.
-Ven, cuéntame que pasa.- Le dije mientras le
hacía un espacio en la banca. Tímidamente se sentó mirando al suelo mientras
sus dedos jugaban con el borde de su chaqueta.
Dejé que se calmara un poco para volver a preguntar.
-¿Me dirás por qué lloras?- Ella tomó su tiempo, finalmente sorbió y empezó a
contarme. -Estoy muy triste, salí a llorar acá porque ya no sé qué hacer, no
quería que me vieran así.- Asentí y deje que continuara. -Voy a tener un bebé.-
Una lagrima bajo por su mejilla mientras su voz se quebraba. -Hoy se lo dije a
mi novio, pero se enojó, me dijo que cómo sabía que era de él.- Y diciendo esto,
rompió a llorar de nuevo cubriéndose el rostro con las manos.
Puse una mano en su hombro y traté de
consolarla. -Mira, quizá no puedo saber lo que sientes, nunca, ya que no soy
mujer, pero sabes; esta noche he aprendido que un hijo siempre será una
bendición.- Tomo una pausa para observarla ella sigue mirando al suelo, pero
creo que empieza a sentir que alguien la escucha.
Mi mano en su hombro se percata de como
tiembla, continúo hablándole. -Hoy aprendí que la fuerza que puede nacer de
nosotros mismos puede lograr lo que sea, puedes ser un héroe y salvar vidas o
puedes ser una súper-mamá; todo lo que desees lo puedes lograr.- La chica me
miró de reojo y su temblor aminoro un poco. -¿Tienes miedo de decirle a tus
padres, verdad?-
Ella volvió a bajar la cabeza y asintió. -Vivo
con mi mamá y sé que se enojará, me va a correr de la casa.- El llanto volvió a
aflorar en su joven rostro. -Vamos, cálmate.- Le dije. -Ella siempre será tu
madre y tú siempre serás su hija. Si es posible que se ponga furiosa, pero eres
su hija y estoy seguro que al final ella te apoyará.- Le dije sonriendo -Y sé
que tú y tu bebe siempre le estarán agradecida y cuando sea mayor siempre
tendrá tu apoyo.- La chica levanto la cara un poco y en sus ojos se mostró que
empezó a sentir un poco de esperanza.
Después de una larga pausa ella contestó. -Mi
mamá siempre quiso que yo fuera la que tuviera una carrera en la familia.-
Sonreí abiertamente. -Pues ahora tendrás una personita que te dará más fuerzas
para salir adelante. Y además una carrera no lo es todo, sino el empeño que le
muestras a la vida para salir adelante. Tú puedes lograr todo lo que desees.-
Con una de sus manitas se enjugo el rosto y una
leve sonrisa apareció al voltear a verme. -Nunca pensé en abortar, yo quiero
tenerlo.- Asentí devolviéndole la sonrisa, ella continuó. -La verdad sé que mi
mama se enojará mucho, pero no me abandonará, no como él; eso me dolió mucho
pero no lo obligaré, como tú dices puedo sola.- Mientras decía eso, reparó en
el pequeño cachorro que estaba entre los dos y lo acaricia tiernamente como
pensando en su futuro bebé.
-Me gusta como piensas, y en cuanto a la carrera,
pues ya hay más opciones de estudio. Y te digo un secreto, yo aquí con carrera
y me tienes deambulando por las calles. Creo que haré como muchos otros y
pondré una carreta de tacos.- Ambos reímos con ganas, ya que en verdad
necesitábamos reír de algo.
El pequeño cachorro se despertó malhumorado por
el súbito ruido de nuestras risas. Volteamos ambos a verlo, levanté el rosto y
la miré aún sonriendo. -Vamos, ya es muy tarde, tú también debes descansar como
él. Ve a tu casa, ya mañana será un mejor día.- Ella asintió y ambos nos
levantamos, con un fuerte abrazo me dispuse a despedirla.
Antes de poder separarnos un ruido nos alertó y
volteamos a tiempo, un par de jovenzuelos de aspecto cholo y con un fuerte olor a marihuana nos cerró el paso.
-Eh compa, cáigase con la feria sin hacerla de
pedo.- Uno de ellos proclama. Se podía ver como las navajas relucían con la
tenue luz de la noche. Mis sentimientos pasaron del miedo al coraje; la
indignación de las personas que sufren para conseguir sus bienes y esas
sanguijuelas de la sociedad los despojan en un instante.
Pero debía pensar en ella, así que lo más
tranquilo posible me situé entre ellos y la chica y levanté las manos. -Calmados,
les doy lo que quieren.- Saqué mi cartera y celular, se los entregué. -El reloj.-
Dijo el otro. Con tristeza procedí a quitármelo, sus manecillas marcaban las
5:45 A.M., era la última vez que vería la hora en él.
Les entregué las cosas, pero no se veía que
estuvieran conformes. -Eh, tú morrita, caite con lo que traigas.- Ella se
aferró a la parte trasera de mi abrigo. -No traigo nada, en serio.- Los tipos
se acercaron rodeándome para llegar a ella. -Pues a ver que te sacamos morrita.-
Ella empezó a llorar y forcejear cuando las manos de ellos tal cual zarpas trataban
de aferrar sus brazos. Como acto reflejo abrí mis brazos interponiendo entre
cada uno de los atacantes y la chica. Mi corazón latía fuertemente como un tambor,
estaba helado de miedo.
-Hey morros ahí estuvo, ya tienen lo que
querían.- Levanté la voz mientras me interponía tratando de apartarlos. -Tú no
te metas pendejo, o te chingo.- Reclamó uno de los agresores. Sin pensarlo
realmente, la furia y el miedo se apoderaron de mí, empujé fuerte al tipo de mi
derecha mientras aferraba al de mi izquierda que se me echó encima. La verdad
esos momentos me parecieron eternos… Más cuando sentí el frio metal entrando en
mi cuerpo. Un dolor quemante se apoderó de mí, creo que mis ojos expresaron el
terror que estaba pasando, ya que lo vi reflejado en los ojos de mi atacante.
En un momento vi todo lo que había pasado esa
noche, como mis decisiones me habían llevado hasta este preciso momento, como
un pequeño detalle hubiera sido tan diferente, pero mi destino quiso que
estuviera ahí, pensé en la chica, ¿acaso mi destino era estar ahí para recibir
esa navaja en vez de ella?... Aceptable, pero si lo hubiera sabido no estaría
aquí, realmente no soy un héroe, no soy una buena persona.
El tiempo se detenía a mí alrededor, seguía
aferrado al asaltante pero en un segundo el tiempo volvió y de un tirón la mano
de él saco el arm, el dolor me hizo volver de mis pensamientos. -¡Pendejo!-
exclamó uno de ellos, golpeando al otro. -¡Vámonos en chinga!- Ambos salieron
corriendo perdiéndose en la oscuridad. Estúpidamente pensaba en mi reloj
perdido.
-¿Estás bien?- La pequeña voz a mi espalda
sonaba aterrada. Me cerré el abrigo y traté de serenarme, el dolor era mucho
pero apreté la herida con una mano mientras me giraba intentando hacer una
mueca parecida a una sonrisa.
-Sí, estoy bien, sólo me golpeó y me sacó el
aire.- Mentí, mientras trataba de llegar a la banca, ella me ayudó a sentarme.
-Vamos, debes ir a tu casa yo estoy bien.- Ella me miraba atemorizada. ¡Dios
quiero llorar como un bebé, que se vaya por favor! -Vamos linda, ya ve a tu
casa, yo me iré en un momento también.- Ella dudó por un momento, pero
lentamente se irguió frente a mí. -Bueno, ¿estás seguro?- Seguía mirándome
preocupada mientras se abrazaba a sí misma.
-Claro, estoy bien, y recuerda todo lo que te
dije.- Mi voz apenas podía salir, el dolor era más intenso. -Sólo quiero
pedirte un favor.- Ella abrió sus ojos y me contestó. -Sí, dime lo que quieras.-
Apunté con un dedo hacia el cachorro. -¿No quisieras darle un hogar?, creo que
sería buen compañero de tu bebé.- Ella sonrió y de inmediato lo tomó en sus
brazos, se agachó y me dio un beso en la mejilla.
-¡Gracias!- Exclamando, dio la media vuelta y
marcó unos pasos corriendo, pero se detuvo en seco y giró mirándome. -¿Seguro
estas bien?- Con un movimiento de mano indicándole que siguiera su camino le
dije tratando de sonreír. -Sí, sólo me sacó el aire, vete.- Ella sonrió y dio
la vuelta para correr a casa.
Me quedé ahí tratando de esperar que el dolor
se fuera y no sé cómo, poco a poco fue aminorando. La humedad mojaba ya mi
camisa y mis pantalones. Pero el dolor dejaba paso a una pesadez y somnolencia.
Estaba ahí sintiendo la fría noche, sintiendo
como mis fuerzas se iban, aun así no tenía miedo, tristeza quizás y algo de
amargura. Realmente no quisiera morir. ¿Por qué no le pedí ayuda a la chica;
por qué no le dije que estaba herido? Realmente no tengo una respuesta, tan
sólo sentí, quizás, que ya no había caso.
No sé cuánto tiempo pasó, quizás me quedé
dormido, pero una luz en mi rostro me despertó. Los primeros rayos del sol
bañaban la ciudad transformando en oro los contornos de casas y edificios. Su
calor me daba un agradable alivio. En verdad era una vista bellísima.
Esta noche había sido muy especial, la ciudad
me enseñó muchas cosas… Me enseñó a apreciar cada momento. Aunque no sé si ya
sea demasiado tarde. Me siento muy cansado, la vista de la ciudad naciendo a la
luz es hermosa, tan hermosa como esa chica de la que me despedí a las 3:00 A.M.
Si salgo de esta, le pediré que compartamos cada amanecer que nos quede de vida
en esta hermosa ciudad.
Apenas siento mi cuerpo, pero no hay miedo, sólo
mucha tristeza, ya casi no me puedo mover. Las calles ya están claras, la vida
vuelve a ellas; un perro husmeando por un poco de comida y un par de ancianos
que salen a hacer ejercicio. Es lindo que las parejas se mantengan haciendo
cosas juntos. Me saludan, ¿O creo qué yo los saludé? No estoy seguro.
En un parpadeo ya están junto a mí, ¿O será que
ya no estoy tan consiente?, el hombre revisa mi herida, dice algo pero no le
entiendo, la mujer sale corriendo. Quizá vayan por ayuda. Quizá la ciudad tiene
aún más cosas para mí.
Bueno, eso no lo sé. Sólo creo que dormiré un
poco y veremos qué pasa…
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